Dos cholitas dirigen el tránsito vehicular cerca de la Ceja de El Alto. (P7-Sara Aliaga).

Cada día, tres grupos de guardias municipales lidian con el tráfico en la ciudad de El Alto. Hay cholitas que forman parte de estos equipos, que más allá de la función de educación vial que cumplen, deben enfrentarse al machismo que expresan choferes, pero también mujeres y peatones.

La guardia municipal Julia Mamani explica que le costó ganarse el respeto de los transportistas: “Al principio, en el puente, mucho molestaban. Ahora ya no, porque ponemos cara de guerra”, confiesa entre bromas.

Ganarse el respeto en la ciudad de El Alto fue difícil. “Esas transformers (cholitas que usan el atuendo para algunas ocasiones) deberían ir a cocinar a sus casas. Yo no estoy paseando”, es una de las tantas frases que otra guardia municipal, Marina Flores, recuerda haber escuchado de los conductores.

Ahora los peatones las defienden: “Tienes que respetar, vos también has nacido de una mujer”, es la frase de un peatón que Julia Mamani recuerda en el momento en que era defendida ante un chofer que le faltó al respeto.

Sufrir algún “empujón” es parte del oficio. Flores relató que cuando ingresó al equipo de la guardia municipal, en 2013, por poco la atropella un conductor ebrio. “Llegué al hospital, pero más tarde estaba de vuelta en las calles”, recuerda. Ahora los guardias cuentan con seguro médico y asesoría legal para este tipo de situaciones.

Los guardias municipales observan desde las faltas leves hasta las más graves. La reacción de los conductores es diversa. “Hay algunos que piden ‘por favor’, otros dicen ‘ustedes qué saben, a qué vienen sin saber nada’”, relata una de ellas.

Afirman que en varias ocasiones les ofrecieron sobornos. “Es prohibido, han intentado unas cinco veces, pero me alejo”, relata Flores, mientras que Mamani confiesa que le ofrecieron 50 bolivianos.

La pollera naranja es lo más vistoso del uniforme. Al atuendo le acompaña una blusa ploma y un par de guantes blancos. Las botas son el mejor complemento para soportar el frío de la urbe y para el sol un sombrero de ala ancha café. Un chaleco, con al menos 10 bolsillos, en los que se guarda el silbato, alguna bolsa de nailon, la libreta, el bolígrafo y un ponchillo, complementan el vestuario.

El equipo consta de 200 personas, 30 hombres y 170 mujeres, 14 de ellas son cholitas.

Seguro de salud, asistencia familiar y asesoría legal son los beneficios con los que, a partir de este año, cuenta la unidad.

Cuatro camionetas y 10 motos acompañan a los funcionarios, dos están guiados por mujeres, que fueron capacitadas durante dos meses en conducción.

MARINA FLORES, VOLUNTARIA

Hace cuatro años Marina Flores ingresó a la Guardia Municipal. Antes era voluntaria en el Grupo de Apoyo Civil a la Policía (GACIP).

Confiesa que estaba dispuesta a vestirse de gendarme para cumplir con la labor, pero le alegró que en la convocatoria solicitaran cholitas.

Su jornada comienza a las cuatro de la mañana. La revisión en la unidad de Movilidad es a las 5:30; media hora después, se dirige a las zonas más congestionadas, como el Cruce Villa Adela, el Obelisco, el teleférico Amarillo o Senkata. Las rutas varían.

A las 11 de la mañana finaliza su turno.

De vez en cuando, por las tardes, ayuda a su hermana en la venta de salchipapas. El trabajo finaliza las 22:30 o 23:00 .

La tarea de Flores no termina ahí. “Cuando no estoy de uniforme, igual quiero ayudar a los que necesitan, decirles a los autos que paren, creo que estoy de servicio”.

JULIA MAMANI, COSTURERA

Julia Mamani ingresó al equipo de guardia edil con 33 años. Ahora, tres años después, divide su tiempo entre su pequeña hija de cinco años y la confección de polleras; además, cuenta con el apoyo de su esposo, que se dedica a viajar.

Ella se levanta a las 4:00 para dirigirse a su trabajo. Deja a su niña al cuidado de la abuela.

Mamani sólo costura a pedido. Alguna vez quiso salir a las calles para vender su mercadería. “Si no tienes puesto, te botan”, explica sonriendo.

Sufrió un accidente cuando guiaba el tránsito en Puente Vela, por lo que dejó de trabajar un mes, de eso ya hace dos años.

Confiesa que le gusta ayudar, generalmente a adultos mayores que sólo hablan aymara. Considera que ellos necesitan de su colaboración.

“Una vez se perdió una abuelita que cargaba papa, caminamos toda la mañana. Hasta la papa ya pesaba”, recuerda.

EL ALTO/ Tomado de Página Siete-Wara Arteaga.

 

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